Veo a un guerrero luchando, los coyotes lo han rodeado, se debate como
si hubiera un monstruo mayor, parece presa de alguna alucinación,
seguramente ha recibido uno de los dardos de las Sombras del Desierto,
debo de ponerlo a salvo.
Me acerco, lucho contra los coyotes, el guerrero no me ve, lucha contra
algo invisible, está tapado a modo tuareg por lo cual no le veo el
rostro, parece un mercenario ¿qué hará aquí? ¿estaría persiguiendo al
vagabundo cómo yo?.
Una vez los coyotes huyen el guerrero cae y lo pongo a salvo tras una
duna, le doy agua y localizo el dardo envenenado, se lo quito y me quedo
con él hasta que su respiración es normal, grita un nombre en sueños
que no entiendo, su rostro no es un rostro del desierto.
Me quedo dormida y el amanecer nos sorprende, es un espectáculo
grandioso, el Sol saca mil destellos de la extraña arena azul, de modo
que el desierto entero parece una monstruosa joya. El guerrero comienza a
despertarse, no puedo dejar que me vea, no sé si es amigo o enemigo,
seguramente ya se le estará pasando el efecto de la droga, me escondo
tras las dunas y observo.
Se levanta aturdido y mira el Sol naciente, parece confuso, gira sobre
sí, recoge sus cosas y comienza a andar sin rumbo medio tambaleándose,
pronto estará bien, aunque deberá hallar agua.
Decido seguirlo a escondidas a ver qué pasa. Si las Sombras del Desierto
o algo peor deciden atacar, más valen dos espadas que una.
El guerrero me ha visto, se ha parado en seco y se ha girado, apenas me
ha dado tiempo a esconderme tras las dunas, ¿cómo es posible? ¿acaso
tiene ojos en la espalda?, pareciera como si algo lo hubiera alertado de
mi presencia. Cuando me atrevo a mirar de nuevo, veo con espanto que
corre hacia mi dirección, ¡mierda! ¡me ha visto, ya no hay ninguna
duda!, es inútil seguir escondiéndome, salgo a su encuentro espada en
mano y que sea lo que los dioses decreten.
¿Qué es esto?, ¿acaso no ve mi espada?, ¿por qué no desenvaina?, ¿por
qué me mira así?, me inquietan sus ojos de un color azul como el
desierto, hace tiempo que no se ven ojos así, en las tierras de Sol los
ojos oscuros prevalecen.
- ¡Tú, mercenario, ¿qué quieres de mí?, lucha como un hombre o muere como una rata!
Él no me escucha, o no me oye, sigue recto hacia mí, ¿estará presa aun
de algún delirio?... No sé qué hacer, ante la duda bajo la espada,
tampoco la guardo...
No soporto la espera, corro hacia él.
Cuando estamos frente a frente ríe eufórico, abre sus manos ¿en señal de
paz?, guardo mi espada pero sigo alerta, entonces lo tengo encima,
farfulla algo en una lengua que no entiendo, lengua del norte parece,
me.... ¿abraza??
El mercenario me abraza, hace siglos que nadie me abraza, y este
desconocido, en medio de ninguna parte, me está abrazando, y lo más
absurdo es que aun no esté muerto, otros por menos han perdido su
cabeza, no disfruto matando pero son malos tiempos para una mujer.
Lo dejo abrazarme, me permito olvidar la guerra, mi búsqueda y dejarme
abrazar ese instante, me permito incluso olvidar quien soy y las sombras
que nos acechan, por lo que a mí respecta este hombre podría ser el
Monstruo y sin embargo no tengo miedo.
La ausencia del miedo es extraña para mí, es como si hubiera desparecido el agujero en mi estómago.
Pero todo se rompe cuando él intenta ¿besarme? ¿qué carajo hace? ¿acaso
no sabe la muerte que nos ronda?, en un rápido movimiento le pongo mi
espada al cuello: -Vuelve a intentarlo mercenario y tus ojos verán tu
cuerpo desde el suelo.
Él sonríe, ¡este hombre está drogado! aunque no me entienda debe
entender la espada: - ¡Estamos en peligro!- le grito- ¡no hay tiempo
para esas cosas!
Entonces se aparta de mí y señala mi rostro:
- Tus ojos son color desierto antiguo.
Me río, con acento claramente norteño ha dicho la frase de mi tierra, la
frase de los Antiguos Hombres, los que aun recordamos en nuestras
leyendas como era la tierra antes del 2012.
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