Pepa Flores junto a Carlos Goyanes, pocos meses después de su boda.
A PRINCIPIOS DE 1960 MARISO Y SU MADRE ACEPTAN la oferta del productor: la niña vivirá con la familia de éste y a la madre se la ubicará en una pensión vecina. Los Goyanes son una familia numerosa: seis hermanos, incluyendo dos mellizas, José, Carlos, Mari Carmen, Ana, Rosa y Tato, amén de algún perro. La malagueña, teóricamente, va a ser una hija más. En una época fundamental de su maduración, afrontará un cambio de vida espectacular y tal vez traumático. En sus declaraciones posteriores, plenas de amargura y resentimiento, Pepa Flores ha abominado de aquellos años en que su normalidad se vio truncada. No porque los Goyanes la trataran mal o la ningunearan, ya que eran gente más bien simpática y un sí es no sobrada, y aunque a la Marisol de entonces tampoco le faltaban conchas, lo cierto es que eran ambientes sociales muy diferentes. Nada hace pensar que Marisol sufriera más de lo que sufre cualquier humano a edad tan sufriente. A la niña le ponen profesores de canto, baile, dicción, interpretación, idiomas, y la pulen con éxito evidente. Aprende también equitación y natación. Es, tal vez, un programa excesivo. Marisol dice que estaba todo el día triste y sólo se alegraba cuando venía su madre; ésta, por su parte, dice, en 1987, que todo era brillante y perfecto. Las dos versiones parecen ciertas. Otra cosa son los nubarrones solapados: en la serie de tres reportajes que José Luis Morales hizo para Interviú en 1979, Marisol se descuelga con estas feroces revelaciones:
"En uno de aquellos días que estaba yo en el estudio, el fotógrafo éste se puso a desnudarme, a meterme mano por todo el cuerpo y a preguntarme si ya me había hecho mujer. Yo estaba asombradita. Le tenía miedo a todo en aquella casa. Ten en cuenta que no podía ni rechistar. Una vez que se me ocurrió decir que unas fotos no me gustaban por poco me matan, me montaron una de la que no me olvidaré nunca. Bueno, como te decía, el fotógrafo aquel mutilado nos amenazaba para que no dijéramos nada. Más tarde, un día cualquiera, descubrimos en la cocina muchas fotos de niñas desnudas con vendas en los ojos. Se lo dijimos a Goyanes y se quedó como si nada. Aquella misma noche cuando fuimos a cenar el fotógrafo estaba sentado y muy risueño en nuestra misma mesa".
Se ha hablado también de su participación forzada en fiestas exclusivas para jerarcas en las que, junto a otras niñas o adolescentes, debía aparecer desnuda. Radio Macuto era la versión populista de Radio Nacional, y ni a una ni a otra debía hacérseles demasiado caso. Pero ella misma se lo confesó a Umbral, ese monstruo del estilo: "Me llevaban a un chalet del Viso y allí acudía gente importante, gente del régimen a verme desnuda a mí y a otras niñas". Cuestión ésta que a mí me desmintió tajantemente. En cambio, recordó cómo, cuando tenía que llorar por exigencias del guión fílmico, le decían que nunca más volvería a ver a su familia, con lo que el llanto de la naciente actriz se derramaba incontenible. Lo cierto es que a la Marisol de 15 años le apareció una úlcera, afección, como se sabe, propia de estados psicológicos tensos. Todo tiene su contraprestación: tal vez, en las casas de Serrano, 62 y María de Molina, 5, Marisol se encontrase desubicada; y, sin duda, añoraba lo que había dejado, pero cuando vuelve a Málaga y visita su barrio de Capuchinos lo hace en el Rolls de Benito Perojo. La abuela la sienta en su sillón y todo el barrio pasa por allí para cumplimentarla y cumplimentar su curiosidad. La familia se cambia de piso y su padre deja la abacería y se apunta al carro desarrollista: compra una furgoneta que, con el marbete de "Un rayo de luz", emplea en pasear turistas. Málaga va a ser el claustro materno donde, a lo largo de su vida, Marisol vuelve a reencontrarse, a lamerse las heridas. La vida pública en Madrid o en las giras es cierto que resulta agobiante: profesor de inglés, profesora de cultura general, Paco Aguilera y Alberto Vélez le enseñan guitarra, y Manolo Maera, Jarrito, y Antonio Fernández Díaz, Fosforito, flamenco. Incluso en 1962, poco después de ser operada de amígdalas por el doctor García Tapia, viaja a Sevilla para tomar lecciones del famoso profesor de bailarines Enrique el Cojo en su academia. Regla Ortega y Carmen Rojas ya le habían enseñado los rudimentos del baile español. Como profesores de canto tiene nada menos que a Lola Rodríguez Aragón y Luis Sagi-Vela. Las clases de equitación le agradan especialmente, y en 1964 ya es capaz de hablar el inglés con suficiente corrección.
Únanse a ello las giras promocionales como la que en 1961, y tras el rodaje de Ha llegado un ángel, la lleva a recorrer prácticamente todo el continente americano con escalas en la mayoría de los países. Le acompañan el productor, su madre y el guitarrista. Durante el verano del mismo año visita Portugal, Angola y Sudáfrica, adonde también llegaban sus películas. En la colonia portuguesa amadrinó a una niña a la que, por no complicar las cosas, se le puso Marisol. Aún volverá a Estados Unidos para intervenir en un show con Carmen Amaya y Jorge Mistral, y actuar en el programa de televisión de Ed Sullivan, cobrando 4.000 dólares. Cuando en 1963 rueda Marisol rumbo a Río, ya es la cuarta vez que viaja a América. Además, debe atender las entrevistas o ruedas de prensa, a las que Goyanes asiste siempre y en muchas ocasiones solicita guión previo. Ella contará después que, en realidad, estaba prácticamente aislada: le controlaban las llamadas telefónicas, le descontaban de su asignación los extras de los hoteles y hasta los 19 años sólo le entregaban 20 duros semanales. Independientemente de la exageración que puede haber en ello, lo cierto es que Goyanes había dejado prácticamente todos sus negocios para dedicarse en exclusiva a Marisol, e incluso rechazó una suculenta oferta de la Columbia para comprarle el contrato. Él consideraba a la artista, y con alguna razón, como "su obra" exclusiva, y, naturalmente, trataba de extraerle todo el beneficio posible. En las fiestas a las que le hacían asistir, su entrada se producía de forma espectacular. Luego, cualquier espontáneo le pedía que cantara o bailara. El guitarrista siempre estaba preparado fuera, aunque se hacía como que mandaban a buscarlo. Goyanes siempre cobraba por ello. A partir de la segunda película Marisol obtendrá el doble que por la primera y, más tarde, irá al 50% con la productora. De hecho, cuatro años más tarde poseía dos pisos, un chalet y varios terrenos.
Lo cierto es que a la Marisol de 15 años le apareció una úlcera, afección, como se sabe, propia de estados psicológicos tensos
Esta tumultuosa vida pugnaba también con el deseo de que no se apartase demasiado de lo que era una chica normal, que, por cierto, era la imagen que se deseaba dar en sus películas. Incluso asistirá durante tres meses a un colegio del Opus, el Montelar, para que aprenda a coser, bordar y otras actividades que entonces parecían necesarias para que la mujer no sacase los pies del tiesto. Pero las necesidades de su vida artística pronto hacen que vuelva a los profesores particulares. En la medida de lo posible, en casa hace una vida convencionalmente familiar. El productor es el "tío Manolo", y con Mari Carmen Goyanes lleva, como se dijo, una relación de hermana y amiga íntima.
Pero lo fundamental es su vida artística. Se le intenta despojar de su acento andaluz que no queda "elegante". De lo que, después, ella se quejaría amargamente, aunque resulta claro que no se consiguió, tal vez por la continua relación que mantuvo tanto con su madre como con Málaga. En 1964 se le hace una operación de cirugía estética en la nariz, que tenía ligeramente torcida, y además se le corrige el perfil. No es la primera vez que visita un quirófano: antes se le habían extirpado las amígdalas y un pequeño quiste en el brazo. Después vendrá la apendicitis. Con el tiempo, sus problemas ginecológicos harán que el pentotal y sus aledaños se conviertan en algo más o menos familiar para ella.
Como se ha dicho, el aparato propagandístico y promocional organizado por Goyanes no tenía parangón con ninguno de los montados hasta entonces en España, y todo se cuidaba hasta el detalle. Apareció una revista dedicada exclusivamente a la actriz: La revista de los amigos de Marisol; la editorial Fher publicó cientos de álbumes, recortables, tebeos y libros infantiles con historias protagonizadas por la niña, sacadas o no de los argumentos cinematográficos, y editó, asimismo, una colección llamada Simpatía en la que la propia Marisol contaba su vida en 40 fascículos. A todo esto deben sumarse cuentos narrados por ella en libro o disco, muñecas, sobres sorpresa..., una verdadera industria. Incluso las más de 1.000 cartas diarias que Marisol recibía por entonces de un pueblo tan parco epistolarmente como el nuestro, eran puntualmente contestadas por la oficina del productor, y no con la respuesta de una mera foto dedicada, sino a mano y haciendo referencia a cada uno de los puntos que cada carta contenía, gracias a un equipo en el que no faltaban el que imitaba perfectamente su firma, el que llevaba el fichero con los cumpleaños de los fans, etcétera. Los adictos se convertían así en admiradores con culto de latría. Y, como es propio del terreno, no faltaban los orates ni la pintoresca confianza en sí mismo del bien asentado: un notario de 60 años solicitó su mano, aduciendo como principal aval su profesión, prestigio social y posesiones. Por supuesto que la niña no sabía de las cartas más que para fotografiarse con ellas cuando había que certificar, como si hiciese falta, su popularidad.
Marisol pide que traigan a su madre de la pensión, para lo que se le habilita un cuarto en la vivienda común. Luego contó que le registraban y desordenaban la habitación y que en la casa era un objeto de risa hasta que se fueron: "Era como un divertimento, porque mi madre es muy graciosa; se metían con su culo y se reían de ella". De la casa de la familia Goyanes en María de Molina, 5, madre e hija se mudaron al contiguo número 3, frente al apartamento que poseía Isabelita Garcés, la más habitual compañera de reparto de Marisol en las primeras películas de ésta. Goyanes, más tarde, se defendía así: "Dice que la tuve secuestrada, que no le dejé vivir su adolescencia. Es el precio que suelen pagar los niños precoces. ¿Se acuerda de Shirley Temple? Gracias a ese encierro la Pepi ganó millones de pesetas y sacó de la miseria a su familia. Me han comentado, también, que Marisol me acusa de haber tratado muy mal a su madre. Es falso: la señora ocupó el dormitorio de mi hijo Tato (tuvo que dormir conmigo), y la pensión donde vivió no era de mala muerte [...] En la calle Serrano no hay pensiones de mala muerte".
Con mejor o peor tino por parte de unos y otros, lo que parece cierto es que los Goyanes introdujeron en su casa un juguete -de clase baja, con todo lo que eso significaba entonces- que, además, les proporcionaba altísimos rendimientos. En la forma o en el fondo, Marisol nunca vivió con ellos como familia. Sus conversaciones con ella no fueron de padres a hija, sino de protectores a protegida. Algo se quebró en su trayectoria durante una etapa en la que todos necesitamos -sobre todo si se es tan espontáneo y sensible como Pepi- una referencia. Como después se demostró hasta el hartazgo, las que recibió durante la más de docena de años que pasó con ellos no le sirvieron para nada.
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